domingo, 9 de enero de 2011

Por nuestros bienes

Y ahora los recuentos, las facturas, los desquicios.
¿Cómo haré para devolverte tantos libros sin nombre,
tantas sonrisas sin prisa, tantos rincones sin testigos?
¿Cómo haré yo para convencerme?
Este es el final, esto es lo mejor, me digo.
Estos son mis pies caminando por ningún camino.
¿Estarás bien? ¿Estaré bien?

Vete si tienes que irte.
Si el dolor es tan hondo y la herida tan profunda,
no te ahogues si tu perdón no ha aprendido a nadar,
no te sumerjas en el mar de incertidumbre que ellos dos,
dolor y herida, crean inundando todos los rincones de tu alma.

Anda y vete,
pero antes de irte,
Déjame los versos,
los capitanes, los incestos,
las fotos.

Déjame en un rincón sin pájaros un alcatraz sin vuelo.
Déjame tus palomas tibias y redondas de Las Choapas.
Déjame los perros aullando, como yo, de tristeza en las azoteas.

No te lleves tampoco tus cebollas lloronas ni tus atardeceres montañosos.
Tu carne, tu polaca, tus dedos gordos cortos, tus cicatrices largas,
el gris que debe seguir pintando la mañana.

Yo me llevo tus celos, tu sarcasmo.
Las palabras hirientes, yo las guardo,
yo las tiro y las olvido.
Tu ten las canciones, las ciudades, los pingüinos.

Y no me dejes tus reproches, tus gotas de llanto disecadas,
ni tu enojo, ni tu ira, ni nuevamente tus reproches.
Yo puedo renunciar a ti 500 noches
pero llévate el rencor dando zancadas.

No me dejes a Drexler, Jaime, ni Sabina.
no sabré donde poner mi guitarra ni mi voz,
el dolor seguirá sin sitio y sin vos,
¿que haré terminados los 19 días?

No me dejes las llamas de la ceiba,
ni el lugar donde me falta una costilla.
Pero sobre todo, amor,
no me dejes estos dos hoyitos en el alma...
uno por mejilla.