miércoles, 6 de octubre de 2010

Estación Fabiola

Al pie de las escaleras te pienso. Desde éstas, metálicas pintadas de blanco, el mundo se ve un poco más chico. Alcanza uno a ver cómo el horizonte se va metiendo en sí mismo y cómo se curva la Tierra, como una toronja de zumo azul y la revelación de un mundo que se encierra a sí mismo me hace pensar que Colón debió tener una de estas escaleras. La tarde parece indecisa. Por un lado hay un rojísimo Sol hundiéndose en un bosque de palmeras y ficus negros muy negros, que comienzan verdes aquí a dos metros de mi casa pero que se van haciendo muchísimos y se enciman unos en otros, creando una maraña impenetrable como ideas malintencionadas y voraces complejos. Por otro, una nube harto alta se acerca, quizás enamorada del Sol, desde quién sabe donde ha llegado hasta aquí persiguiendo no se qué cúmulo de versos luminosos. Así son las tardes en esta época del año, en la que también se van a morir las resplandecientes sonrisas de verano y ya amenazan las tristes lluvias de invierno, trayendo recuerdos, nostalgias, malandanzas, tobillos rotos, coches volcados, balanzas desequilibradas y lunas redondas y rojas, como naranjas orgullosas en el huerto del cielo... las más hermosas lunas del mundo. Aquí luego llueve con Sol o trae calor la lluvia, otras cae tanta agua que tira árboles y castillos mentales de arena. A veces nada más llega con la brisa el olor a tierra húmeda y uno se divierte buscando en lontananza a ver a dónde está la nube que se está cayendo a gotas. A mí no me gusta mucho esta época porque no hay tanto mango ni tan buena piña, qué se diga de las ciruelas y las sandías. Luego si vas al mercado y te traes algunas cuando las comes te saben tristes, ya muy viejas como para poder alegrarse o apenas muy tiernitas como para saber cómo es eso. Uno así está a veces en esta época del año en donde te sientes simple y fuera de temporada. Mejores son las fechas de estar de paseo ya sea bañándose en un río de piedras redondas o visitando pueblos fantasmas. No sé si deba guardarme dentro de casa hasta que el tiempo mejore y terminen de crecer las hojas que apenas comenzarán a caerse, tampoco sé si deba andar allá afuera y buscar la corriente de viento que se lleve el malaire, no sé si sea bueno esto de andar buscando nubes que persigan soles y frutas sinvergüenzas que no saben a Mayo... o si nada más me hace falta que vengas para que la lluvia y los calores, los jugos y las lunas, los vientos y los contrapesos converjan en ti y entonces me mojen tus cabellos y de noche me alumbren tus ojos, se eclipsen tus dientes para irradiarme sonrisas y pueda beber de tu boca toronjas, ciruelas y mangos. Tú me gustas porque me traes lo mejor de cada temporada del año y estando a tu lado ya no extraño las roscas ni los panes de muerto y no hay que esperar al verano para elevar papalotes corriendo. Es por eso que te busco entre los charcos y los campos cubiertos de pasto caliente, como los niños buscan entre las hojas caídas el otoño o los conejos la primavera en las cuevas. Es por eso que te espero en las tardes de Octubre entre las golondrinas que vuelven, entre las guacamayas que se quedan entre las escaleras, los cielos, las nubes, los mares. Es por eso que quiero bajarme para siempre, del tren de las largas añoranzas, en la estación Fabiola.

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